La radio sigue sobre la mesa
Desde cuando tengo memoria de haber escuchado con conciencia a la radio, corría el año 1956, tenía tres años.
En el corredor de la casa, un hatillo (Especie de baúl pero hecho con cuero de vaca y crudo, conservando el pelaje natural del animal; aproximadamente, 70 X 70 centímetros, tanto el contenedor como la tapa. Otro día les escribiré sobre los hatillos). Sobre él, un radio de tubos y parlante cubierto con un material flexible que vibraba cada vez más, según el aumento de volumen colocado. Una vez toqué con los dedos la red que cubría al parlante y me gustó sentir esos golpes suaves, luego puse la mano y no me aguanté, apoyé sobre ella una de mis orejas, sentí demasiado el volumen y del susto me caí.
Mi madre escuchaba música o alguna radio novela. Mi padre llegaba de su recorrido por la finca y sintonizaba a las emisoras internacionales cogidas por onda corta mientras yo jugaba en el corredor con un carro rojo movido por una pila, y que de la mano lo sostenía con una cuerda.
Hoy, sobre la mesa, hay una radio grabadora, ya no puedo sintonizar la onda corta; la tecnología se quedó corta.
Para oír radio por el celular, me obliga a colocarme algo que odio, los audífonos y, además, es muy limitada la parrilla de opciones a escoger; pero nada, sigo sintonizando emisoras en la radiograbadora según el programa y la hora: noticias, conversatorios, entrevistas, música, etcétera.
Un abrazo apreciados lectores. La radio acompaña más que como lo podría hacer una imagen. ¿Por qué? Sencillo, si escucho la voz de alguien, lo siento cercano, se que es un ser vivo y me lo imagino; la imagen es muda y disminuye mi imaginación; a menos que sea poeta y le encuentre a ésta, las palabras para oírle lo que quiere decir y de paso yo, interpretar y escribir su relato.
13 de febrero, día de la radio.