Capítulo dos.
Son las ocho pasadas del trece de mayo. Pido por teléfono un servicio de taxi y me dirijo al puesto de vacunación. Hay dos filas de gente, pregunto porque dos y, alguien responde:
- Esta es para reclamar medicamentos.
Entonces yo voy a la otra. Me corresponde ir detrás de una señora que no alcanza todavía los setenta años, la acompaña una joven de veintitantos. Veo que ellas y todos los demás, tienen en sus manos unos papeles, pregunto donde conseguirlos y me señalan al moreno que hace guardia, y ligero voy hacia él. De vuelta busco un lugar para apoyarme. Encuentro unas motos parqueadas y utilizo la de sillón cómodo para asentar las hojas y poder escribir.
Regreso a la fila que ya se ha movido unos metros, la joven levanta la mano para recordarme el turno. Ella me mira por intervalos de tiempo; yo la observo. La muchacha aferra del brazo a la señora que acompaña, la estremece, se miran y luego ambas lanzan su ojos sobre mi rostro, se presentan como Lina y Cristina. Yo les doy mi nombre.
- Eres muy parecido a mi abuelo. Dice Lina.
La señora ríe con fuerza y mientras se da la vuelta para dar su frente al público, repite lo que acaba de decir Lina. Logro obtener tranquilidad y pregunto por el nombre del abuelo:
- Manuel, dijo la muchacha.
- ¿Usted Vive por aquí cerca?
- No. Le respondí.
- ¿Y… usted?
- En el barrio El Jardín.
Nos hemos acercando a las sillas de espera. Ellas son las primeras en vacunarse y en salir. La señora levanta su brazo para despedirse y Lina ajusta sus lentes, agita con alegría sus brazos, sonríe. Se devuelve una y otra vez. Lina parece no quererse despedir. Yo seguía pegado a la silla esperando el llamado que al fin escucho.
- Buenos días señor.
- Muy buenos días, contesté.
Yo le paso mi cédula y el carnet.
- ¡Hay don Carlos, y ahora donde le anoto la segunda dosis, si éste está laminado!
Ella no se vara, simplemente hace otra tarjeta, por eso demora más tiempo mi salida y pues nada, Lina ya va lejos, se dirige hacia su “jardín” sin habernos dado el número de celular.
Cuando salgo, las busco con la mirada dentro de los pocos sitios de comida existentes por allí. Resuelto y apurado recorro la calle quinta, quiero llegar al centro comercial donde me espera un buen café express. Voy bien pero, cuando estoy sentado en el mesón, al asir el pocillo, noto el dolor en el brazo, voy hacia una mesa y pienso en el vértigo de la vez anterior, nada de que preocuparme. Entro al supermercado, escojo algunas cosas y pago, busco un taxi y llego. El brazo duele más. Ahora son dos dolores, el derecho molesta por desgarre o por artrítico; el izquierdo por haberse expuesto a la aguja.
Paso la noche buscando una posición para lograr dormir; la única es boca arriba pero me siento raro. Claro, boca arriba es mejor acompañado.
Amanece, siento náusea pero menos mal que no hay borrachera.