Falleció el sacerdote William Villegas

Este lunes 22 de agosto partió a la casa del Padre Celestial el sacerdote William Villegas Arbeláez, excelente hombre que supo testimoniar la misión pastoral y  de grata recordación en la parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro del barrio Las Américas, en el occidente  de Tuluá.

Diario de Tuluá expresa un abrazo de solidaridad y condolencia a su familia, amigos y feligreses.

En honor a su memoria, publicamos una entrevista concedida al periódico LA EXPRESION y publicada el 23 de julio de 2004.

Sacerdote William Villegas, párroco de la Iglesia de Nuestro Perpetuo Socorro del barrio Las
Américas

“CAI EN UN PARAISO ESPIRITUAL”

No se considera un santo, pero actúa en función de su santidad espiritual, porque sabe, que sólo es el instrumento de la sanación de quienes llegan a la Iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en el barrio Las Américas, desahuciados por el sufrimiento de sus dolencias y el vano esfuerzo de los médicos. Se trata del sacerdote William Villegas, quien después afrontar durante 25 años una grave enfermedad, también encarna un claro testimonio de la acción de Dios a través de la sanación en la Renovación Carismática.

Este presbítero, que se ordenó en 1960 se retiró del ejercicio sacerdotal, pero atendiendo un llamado de Dios, volvió para quedarse y sanar con sus palabras y sus manos.

Entrevista:

¿Cómo surge su amor por el ejercicio religioso? Ya habían sacerdotes y/o monjas en su familia?

En la familia no hay sacerdotes, ni monjas, pero si tuve unos abuelos, por parte de mi mamá, muy religiosos, muy caritativos, personas que se distinguieron en su pueblo por ayudar a los pobres, por tratar de montar entidades caritativas y esa herencia cristiana es muy clara. La familia mía es toda muy católica, yo tengo hermanas que dedican la mitad del tiempo a trabajar para tener sustento y la otra mitad para ayudar en obras de la iglesia.

¿Cuál fue la primera iglesia en la cual ofició como sacerdote?

Yo me ordené y la primera misa la celebré en Santa Rosa de Cabal, que es mi pueblo, pero de ahí pasé a ser profesor de Seminario Menor durante quince años, luego me fui para Estados Unidos donde estudié un año; luego estuve en Canadá y después en Francia e Italia, siempre haciendo estudios. Me vine de Italia muy enfermo y estuve enfermo por lo menos unos veinte años. Gracias al Señor apareció la Renovación Carismática en la cual yo como sacerdote no creía, como la mayoría de aquella época no creíamos en eso, nos parecía ridículo que hubiera ese tipo de alabanzas y movimientos de brazos; eso nos parecía histérico. Nosotros estábamos acostumbrados hacer estilo iglesia muy solemne, muy conservadora, anterior al Concilio Vaticano II. Yo pertenezco prácticamente a la Iglesia Tridentina, en la que se celebra la misa de espaldas, en latín, los laicos tenía muy poquito que hacer en la iglesia, pues el sacerdote lo hacia todo.

En fin esa mentalidad es muy difícil  quitársela uno. Cuando uno ve la gente mueve los brazos, uno piensa: “Estos si son unos locos, es el colmo que hayan llegado ya a faltarle el respeto a la iglesia moviendo brazos y de pronto tratando de bailar”. Pero uno comienza a ver sacerdotes que hacen sanaciones, sanaciones tan evidentes, tan claras, que uno no puede decir que este sanó por sugestión. Cuando uno ve milagros que son imposibles que se realicen por autogestión uno dice que eso si tiene que ser de Dios y que esta persona tenga ese carisma, eso tiene que ser de Dios, entonces uno empieza a creer que Dios respalda un movimiento de esos, que tiene el apoyo del Espiritu  Santo y uno no puede revelarse ante la verdad. Yo escuchaba esos grupos de oración cruzados de brazos para no caer en el ridículo, pero entonces mes dije: “no, yo también puedo mover los brazos, también puedo cantarle, alabarle y alegrarme”. Yo hice eso, y yo le pedí a Dios que me sanara. En la espiritualidad anterior, en la del Concilio Vaticano, la sanación había desaparecido, un normalmente debía ver el sufrimiento y la enfermedad como una forma de participar en el sufrimiento de Cristo. Pero pedí al Señor que me sanara, y me sanó. Yo era una persona con una mentalidad racionalista, y para que una persona con una mentalidad de esas se sane es muy difícil, porque el racionalista quisiera todo entenderlo por la razón, y yo había hecho actos de sugestión no una, ni veinte, ni mil veces,  sino unas veinte mil veces diciéndome así mismo: “yo no estoy enfermo, yo estoy aliviado, esto es una idea que me he metido en la cabeza”, pero la realidad es que nunca me funcionó. Y como le digo, un día cualquiera, yo me di cuenta que era necesario que me internara en un centro  de reposo, pero le dije al Señor: “ya llegue a un punto que me tienes que sanar, ya llevo mucho tiempo rezándote, y considero que me tengo que sanar y me tengo que sanar hoy”, y  ese día me sané. Cuando me di cuenta que estaba sano, me dio una conmoción  tan grande que me puse a llorar; lloré, no le exagero, cuatro horas, hasta que se me acabaron las lágrimas.  Es que esa enfermedad mía me acabó casi espiritualmente, yo mantenía sentado, macilento, flaco, hablaba muy poco, me dolía el estómago todo el día, no me gustaba casi que me hablaran, pensando que iba a ser de mi vida. Así pasé veinte años. Me hicieron exámenes de todo en las mejores clínicas, y nunca me pudieron sanar. Yo le estoy pagando al Señor esa sanación, yo no puedo echarme p’atrás. Yo sé que me sané, que la sanación existe, que es una realidad y que Dios sana a través de un tipo de espiritualidad experimental, no es un tipo de espiritualidad racional, es como encontrarse con Dios. Por eso en el pueblo las sanaciones son muchas, porque el pueblo hace su fe y no la sujeta a cosas de reflexión, como lo hace un filósofo. Dios quiere que uno haga su acto de fe y simplemente llegue un momento que uno diga: “si tengo fe, Dios si existe”. Como lo sabe usted, uno es el producto de la lógica o de una reflexión, es el fruto de una virtud infusa, sobrenatural, que Dios la mete en uno como cuando sopla y dice “recibe el Espíritu Santo”, así es la fe.  

¿Por qué usted se retiró del ejercicio sacerdotal?

Me retiré del Ministerio y estuve por fuera 23 años, es una cosa increíble que un sacerdote este fuera todo ese tiempo y vuelva al Ministerio. Cuando terminó el Concilio Vaticano, nosotros, un porcentaje altísimo de sacerdotes, estábamos muy aburridos con la iglesia porque creíamos que esa Iglesia así no podría sobrevivir, tenía que acabarse, era una Iglesia reconcentrada sobre sí misma, absolutamente conservadora, era una iglesia muy solemne, no tenía apertura a los cambios. El número de sacerdotes que se retiró después del Concilio Vaticano como tres o cuatro años después fue un número impresionante: de 450.000 sacerdotes que había en el mundo esa época, se retiraron cerca de 120.000. Estuve por fuera, me fue muy bien gerenciando empresas, pero luego me volví muy enfermo. Y en realidad en lo último conocí la Renovación Carismática y empecé a asistir a los grupos de oración más que todo arrastrado por la familia. Comencé a sentir la necesidad de la Iglesia y añorar el sacerdocio. Pero en realidad yo no podía volver, el que yo esté en el sacerdocio es un milagro, porque la iglesia tenía normas como ésta: cuando un sacerdote se retira del Ministerio pide dispensas, quiere decir, ya no lo obligan lo voto de pobreza, castidad y obediencia. En la época del papa Pablo VI se dio esas dispensas y quien las recibiera jamás podía volver al Ministerio y a mí me hicieron firmar eso. Así que yo sentí el llamado de Dios otra vez yo me dije: “es que yo no puedo volver”, pero como ya había empezado a vivir la fe de la Renovación, entonces me dije: “ya no era problema mío, sino de Dios”. Y milagro, al poco tiempo de iniciadas las gestiones para volver, la Iglesia quitó la norma.

Y después de volver a la Iglesia, le asignan hace seis años con cinco meses la Iglesia del Perpetuo Socorro del barrio Las Américas. ¿Ha incorporado elementos de la Renovación Carismática?

Todo es un proceso. Primero simplemente hago lo que Jesucristo hace en el evangelio: predicar y sanar. Siempre existe esa dualidad. La sanación respalda la palabra. Prediqué primero para que Dios sane, siempre hay que hacer las dos cosas. Yo aquí me encontré lo que se llamaba el Lunes del Misericordioso, y como yo estuve tanto tiempo retirado del Ministerio, yo fui el primero en preguntar ¿bueno y eso qué es? Entonces, si existe es el Lunes del Misericordioso, el Señor ejerce la misericordia es perdonando y sanando y el perdón es la sanación espiritual, y eso es una sanación. El Señor perdona ahí y sana el alma y sana también el cuerpo. Yo dije orientemos esto sobre esa base y yo de muy buena fe comencé a hacer eso, yo no pensé que se me iba a volcar un montón de gente como sucede hoy. Yo lo único que me di cuenta es que al poquito tiempo me tocó ir ampliando la iglesia y ya lleva cinco ampliaciones porque cada vez hay más gente. De verdad, si uno hace lo que el Señor hace en el Evangelio tiene que producirse ese fenómeno, aquí o en la Patagonia. Para mí ha sido un descubrimiento, que el Señor camina todos los días por las calles de la Parroquia y se mete a todos los hogares. Todo esto me golpea en un sentido muy positivo, es decir, yo no puedo cometer un pecado, jajajaja, esto me produce risa, porque digo: “como le voy imponer las manos a esta persona si es que yo estoy en pecado”. Eso sería una ironía que uno vaya a hacer un acto de santidad que le corresponde a Dios y en pecado. No, no, no puede uno, yo le pido perdón ahí mismo al Señor, le digo, “Señor, perdóname, en nombre de la Iglesia sana esta persona, no le quites la sanación porque yo he pecado, bórrame el pecado”, en fin. Y me ayuda mucho eso, sentirme como Santo no, pero si le digo al Señor ayúdame para que realmente yo no sea una máscara o un instrumento falso. Yo no quiero eso, no quiero pedir sanaciones siendo que mi vida no es testimonio porque este Ministerio seria irónico, no tendría sentido.

Sacerdote, a usted no le gusta la popularidad. Otros sacerdotes que ejercen la sanación, se vuelven iconos populares. ¿Teme que ocurra lo mismo?

Siempre tenemos ese peligro, lo tuvo Jesucristo ahora no lo vamos a tener nosotros. El Señor sanaba y la gente quería hacerlo rey, tanto es así que lo montaron en un burro y lo pasearon por toda parte. Y a uno le pasa lo mismo, imagínese usted si uno comienza a hacer Ministerio de Sanación y de pronto se vuelve una realidad que la gente si se sana,  y la gente empieza a mirarlo a uno como un ídolo, y si uno no abre los ojos la naturaleza humana se ama así mismo, uno es un ser egoísta, a uno le gusta ser aplaudido, que lo adulen, y si yo no me cuido a mi  pasa lo mismo que a cualquiera que es un líder, cae en el peligroso autoritarismo del poder, de la ambición. La fama no me gusta porque me limita en el tiempo.

¿Teme ser víctima de la envidia de sus colegas sacerdotes por su capacidad de ejercer el poder de la sanación?

Si yo no puedo ser tan ingenuo como para no creer que hayan sacerdotes que te critiquen lo que yo hago, pero afortunadamente aquí en la Diócesis yo no he sentido ese peso, yo no he sentido sacerdotes que sean enemigos gratuitos porque yo hago tal o cual Ministerio. Los sacerdotes todos son amables conmigo.