Los dos hatillos y la perezosa
Por: Campos
Si hay algo que extraño y quisiera ver de nuevo, son los hatillos que hubo en el corredor de la casa. Éste, el de la imagen, es solo algo parecido, no tiene igual. Los de la casa vieja eran de cuero crudo, pelo de vaca de color café y blanco. Mi madre guardaba en uno, algunas vajillas de loza y vasos; en el otro no recuerdo que habían metido pero si se que no se utilizaban los guardados hasta que hubiera un acontecimiento importante. Las líneas blancas que dibujé en las esquinas, eran en los hatillos, los remaches de seguridad hechos también de cuero.
Los hatillos eran un adorno natural y en los que podíamos sentarnos, colocándoles cojines o almohadas.
Tuvieron compañía, la perezosa: un cajón del largo de un muchacho de doce o trece años; con tapa acolchonada cubierta con una tela de fondo azul y pepas blancas. Ahí podíamos hacer la siesta, sentarnos a estudiar o a conversar; o a jugar con Edilma a la yegua y al jinete, mientras las cosas allí guardadas esperaban el momento de salir, primero a recibir el sol y luego para ser tendidos de colchones y camas.